El bosque infinito - Annie Proulx
Traducción: Carlos Milla Soler.
Tusquets. Barcelona, 2016. 858 páginas.
Precio: 23'90€, Ebook: 12'99€
Compré mi ejemplar en la librería El Alcaraván, de Urueña (Valladolid)
Traducción: Carlos Milla Soler.
Tusquets. Barcelona, 2016. 858 páginas.
Precio: 23'90€, Ebook: 12'99€
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Esta novela extraordinaria también podría haberse llamado “La avaricia infinita”. Su tema central es la destrucción de los grandes bosques antiguos de Norteamérica (y del mundo, por extensión) a manos de la avaricia mercantil. En consecuencia, también la extinción, a sangre y fuego, de las culturas humanas que hasta hace doscientos años todavía vivían en esos bosques. Describe en paralelo una construcción: la del capitalismo. En este caso, representado por la historia de una industria maderera familiar, desde los primeros pasos de su fundador, el francés Charles Duquet, a principios del S. XVIII, hasta hoy. La otra familia protagonista son los descendientes de René Sel, indios Mi'kmaq de Nueva Escocia. Los destinos de ambos clanes se verán entrelazados a lo largo de esos tres siglos en escenarios a uno y otro lado de la frontera de Canadá y Estados Unidos, pero también tan distantes de allí como China, Europa o Nueva Zelanda.
Son ochocientas páginas que se leen de manera adictiva. Quizá sea así porque fueron escritas a lo largo de 10 años. Se aprecia cómo cada párrafo, cada diálogo, cada descripción, han sido no ya medidos, sino perfectamente encajados unos en otros para entregar a quien los lea una obra sólida en la que abundan las aventuras trufadas de traiciones y lealtades, miserias y opulencias, reveses imprevistos y destinos inevitables; etcétera. Muy entretenida. Como personajes, mis preferidos son Kuntaw, Jinot, Lavinia Duke y Charles Duquet.
Digo que esta novela de Annie Proulx podría haberse llamado “La avaricia infinita” porque de la misma manera que al comienzo de su destrucción, y hasta hace muy pocas décadas, se tuvo los grandes bosques antiguos del norte de América por interminables (su madera nunca se iba a acabar), así se concibe también a sí mismo el capitalismo más feroz: como infinito. Su avaricia de recursos naturales de todo tipo (pesca, minerales, agua...; todos) se ha sostenido y sostiene en esa pretendida doble infinitud: ni el recurso ni ese dogma extremo se van a terminar nunca. De ahí la insistencia de sus voceros y ejecutores en negar o poner en duda los problemas medioambientales del planeta, a escala tanto local como global; y en combatir a quienes los evidencian.
En este sentido habrá quien perciba e incluso denuncie en esta novela un tono didactista, incluso maniqueo. Mi impresión es justo la contraria: Proulx ha evitado de manera magistral el panfleto ecologista para describir de manera convincente el tipo de ideas y hechos que nos han conducido a la situación actual. Una situación que por otro lado se delata por sí sola: para volver a pasear por uno de aquellos aquellos grandes bosques antiguos habrá que aguardar miles de años. Siempre y cuando, claro está, iniciemos hoy mismo su recuperación.
Por el momento, mientras escribo esta reseña se sigue despedazando en Polonia el bosque de Bialowieza, una de las últimas grandes masas boscosas vírgenes de Europa. Su hermosura, su biodiversidad, su condición de atractivo turístico o de Patrimonio de la Humanidad, no han sido suficientes para evitar que el gobierno de ese país apruebe la extracción anual de hasta 188.000 metros cúbicos de madera.
El planeta no es un árbol que aguarda su turno de corta para acabar convertido en tablones en una serrería. Por eso la serrería no puede determinar lo que hagamos con el planeta. Por eso, también, son tan necesarias las obras literarias como esta. Una novela además de las grandes, de las que quedan para siempre guardadas en la memoria lectora, repleta de sabios y amenos recovecos argumentales, documentada de manera asombrosa, escrita con sinceridad inexorable.