Nº de páginas: 308
Editorial: Errata Naturae, colección Libros Salvajes
Encuadernación: blanda
Lo obtuve: por cortesía de la editorial (¡gracias!)
Editorial: Errata Naturae, colección Libros Salvajes
Encuadernación: blanda
Lo obtuve: por cortesía de la editorial (¡gracias!)
Las aventuras de Jeremiah Johnson: cuántas veces vi de pequeño y adolescente esta película mágica de Siney Pollack, con Robert Redford acosado por los indios por entre bosques invernales repletos a la vez de silencio, inminencias y poesía. Johnson-Redford apenas hablaba. Su mirada, cada vez más endurecida y limpia, me interpretaba desde la televisión el paisaje y los rigores de una vida que yo había aprendido a conocer tiempo atrás en tan sólo cuatro paginas de una de las obras fundamentales de mi formación como lector: La fabulosa historia del lejano oeste.
Editada en 1973 por la desaparecida Librería-Editorial Argos de Barcelona, era una traducción del original francés de George Fronval (uno de los muchos seudónimos del prolífico Jacques Garnier), con unas asombrosas ilustraciones de Louis Murtin. Guardo en casa sus dos grandes volúmenes, ambos desencuadernados y sin lomo de tanto como los manejé. Hace un momento he acudido en el primero de ellos a un capítulo cuyo nombre no olvidaré jamás: “Los cazadores del Gran Norte” (página 34). Allí me he hecho un hueco entre los paquetes de pieles de marta de un trineo tirado por perros, he vuelto a negociar con las tribus y luego a rellenar con viruta el doble techo de mi tienda para aislarla mejor del frío.
¿Y eso por qué? Porque recién acabo de terminar de leer Indian Creek, de Pete Fromm, editado por Errata Naturae.
Narra Fromm en esta obra su personal peripecia de todo un invierno casi aislado en el arroyo Indian, en la frontera entre Idaho y Montana. Como nos explican desde Errata: “Un buen día le propusieron un trabajo en el Servicio Forestal: custodiar unos huevos de salmón en la zona de Indian Creek. A sesenta kilómetros de la carretera más cercana. Con temperaturas de hasta cuarenta grados bajo cero. En una tienda de campaña. Durante siete meses. Incorporación inmediata. Pete aceptó sin pensarlo. Pasó la siguiente semana de una fiesta de despedida a otra. Y entonces, sin haberse deshecho aún de la resaca, comenzó la aventura.Indian Creek es una auténtica obra de culto de la nature writing, inédita hasta la fecha en nuestra lengua.“
Ojo: que nadie espere esta vez el relato de una experiencia contemplativa, aderezada con reflexiones inspiradas en panorámicas o detalles naturales y la descripción minuciosa de procesos vivos reservados a quien sabe aguardarlos, bosques adentro, para enhebrarlos en ese tipo de versos o frases que te hacen corroer de envidia creativa.
No. Como apuntó en su día alguna reseña norteamericana, el lector sensible debe saber que este libro contiene escenas de furtivismo y consumo de animales salvajes, o una abierta celebración del consumo de alcohol en compañía de cazadores, entre otras cosas. También hay un perro amigo, mucho hielo, secuencias de duro aprendizaje en un medio hostil, motonieves, todo eso que se llama lirismo salvaje, alces, pumas, urogallos, raquetas para la nieve...
Lo que no hay son teléfonos móviles. Indian Creek se publicó originalmente en Estados Unidos en 1993 (ganó el Pacific Northwest Booksellers Literary Award), de modo que cuanto nos relata sucede justo antes de que el ejercicio continuado de la soledad se haya ido al traste en prácticamente cualquier lugar del planeta. Así es como el joven Fromm, en su tienda junto al arroyo Indian, pasa sus horas no pendiente de las llamadas de amigos o familia o de las redes sociales, sino aprendiendo a tirar con honda, preparar pieles o cocinar, leyendo algunos clásicos o paseando. Y no por eso el texto se hace tedioso, sino todo lo contrario. Hay largos pasajes que resultan verdaderamente trepidantes. Fromm nos cuenta en las primeras páginas cómo su inspiración desde niño habían sido las narraciones de aquellos Mountain Men que recorrían el Gran Norte en busca de pieles y aventuras (Jedemiah Johnson, Hugh Glass, Boone Caudill...). Al final, él se convierte en uno de ellos; a su manera moderna, aunque como digo ya no tanto.
No, no me gusta nada que alguien levante un rifle y tumbe de un tiro a un animal. Pero a Fromm casi se lo he perdonado. No sólo por lo muy bien que escribe. También por reafirmarme aún más, si cabe, en mi rechazo personal a la caza llamada deportiva a través de una literatura, la venatoria, que no suelo frecuentar. Y por haberme devuelto, a esta edad mía de ahora, muchas de las sensaciones de aquel niño lector que fui. Y eso que me ha hablado de un tiempo a medio camino de entonces pero que ya tampoco existe, cuando el cambio climático no era todavía una evidencia tan tremenda como ahora, no había móviles ni portátiles, la fauna salvaje era aún abundante en aquel lugar y un chaval, para comprender en qué consistía vivir como los héroes de sus libros preferidos, aún podía largarse, aunque fuera unos meses, a convertirse en trampero.
Editada en 1973 por la desaparecida Librería-Editorial Argos de Barcelona, era una traducción del original francés de George Fronval (uno de los muchos seudónimos del prolífico Jacques Garnier), con unas asombrosas ilustraciones de Louis Murtin. Guardo en casa sus dos grandes volúmenes, ambos desencuadernados y sin lomo de tanto como los manejé. Hace un momento he acudido en el primero de ellos a un capítulo cuyo nombre no olvidaré jamás: “Los cazadores del Gran Norte” (página 34). Allí me he hecho un hueco entre los paquetes de pieles de marta de un trineo tirado por perros, he vuelto a negociar con las tribus y luego a rellenar con viruta el doble techo de mi tienda para aislarla mejor del frío.
¿Y eso por qué? Porque recién acabo de terminar de leer Indian Creek, de Pete Fromm, editado por Errata Naturae.
Narra Fromm en esta obra su personal peripecia de todo un invierno casi aislado en el arroyo Indian, en la frontera entre Idaho y Montana. Como nos explican desde Errata: “Un buen día le propusieron un trabajo en el Servicio Forestal: custodiar unos huevos de salmón en la zona de Indian Creek. A sesenta kilómetros de la carretera más cercana. Con temperaturas de hasta cuarenta grados bajo cero. En una tienda de campaña. Durante siete meses. Incorporación inmediata. Pete aceptó sin pensarlo. Pasó la siguiente semana de una fiesta de despedida a otra. Y entonces, sin haberse deshecho aún de la resaca, comenzó la aventura.Indian Creek es una auténtica obra de culto de la nature writing, inédita hasta la fecha en nuestra lengua.“
Ojo: que nadie espere esta vez el relato de una experiencia contemplativa, aderezada con reflexiones inspiradas en panorámicas o detalles naturales y la descripción minuciosa de procesos vivos reservados a quien sabe aguardarlos, bosques adentro, para enhebrarlos en ese tipo de versos o frases que te hacen corroer de envidia creativa.
No. Como apuntó en su día alguna reseña norteamericana, el lector sensible debe saber que este libro contiene escenas de furtivismo y consumo de animales salvajes, o una abierta celebración del consumo de alcohol en compañía de cazadores, entre otras cosas. También hay un perro amigo, mucho hielo, secuencias de duro aprendizaje en un medio hostil, motonieves, todo eso que se llama lirismo salvaje, alces, pumas, urogallos, raquetas para la nieve...
Lo que no hay son teléfonos móviles. Indian Creek se publicó originalmente en Estados Unidos en 1993 (ganó el Pacific Northwest Booksellers Literary Award), de modo que cuanto nos relata sucede justo antes de que el ejercicio continuado de la soledad se haya ido al traste en prácticamente cualquier lugar del planeta. Así es como el joven Fromm, en su tienda junto al arroyo Indian, pasa sus horas no pendiente de las llamadas de amigos o familia o de las redes sociales, sino aprendiendo a tirar con honda, preparar pieles o cocinar, leyendo algunos clásicos o paseando. Y no por eso el texto se hace tedioso, sino todo lo contrario. Hay largos pasajes que resultan verdaderamente trepidantes. Fromm nos cuenta en las primeras páginas cómo su inspiración desde niño habían sido las narraciones de aquellos Mountain Men que recorrían el Gran Norte en busca de pieles y aventuras (Jedemiah Johnson, Hugh Glass, Boone Caudill...). Al final, él se convierte en uno de ellos; a su manera moderna, aunque como digo ya no tanto.
No, no me gusta nada que alguien levante un rifle y tumbe de un tiro a un animal. Pero a Fromm casi se lo he perdonado. No sólo por lo muy bien que escribe. También por reafirmarme aún más, si cabe, en mi rechazo personal a la caza llamada deportiva a través de una literatura, la venatoria, que no suelo frecuentar. Y por haberme devuelto, a esta edad mía de ahora, muchas de las sensaciones de aquel niño lector que fui. Y eso que me ha hablado de un tiempo a medio camino de entonces pero que ya tampoco existe, cuando el cambio climático no era todavía una evidencia tan tremenda como ahora, no había móviles ni portátiles, la fauna salvaje era aún abundante en aquel lugar y un chaval, para comprender en qué consistía vivir como los héroes de sus libros preferidos, aún podía largarse, aunque fuera unos meses, a convertirse en trampero.