Antonio Sandoval Rey
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INDIAN CREEK, de Pete Fromm

10/26/2017

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​Nº de páginas: 308
Editorial: Errata Naturae, colección Libros Salvajes
Encuadernación: blanda
Lo obtuve: por cortesía de la editorial (¡gracias!)
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Las aventuras de Jeremiah Johnson: cuántas veces vi de pequeño y adolescente esta película mágica de Siney Pollack, con Robert Redford acosado por los indios por entre bosques invernales repletos a la vez de silencio, inminencias y poesía. Johnson-Redford apenas hablaba. Su mirada, cada vez más endurecida y limpia, me interpretaba desde la televisión el paisaje y los rigores de una vida que yo había aprendido a conocer tiempo atrás en tan sólo cuatro paginas de una de las obras fundamentales de mi formación como lector: La fabulosa historia del lejano oeste.

Editada en 1973 por la desaparecida Librería-Editorial Argos de Barcelona, era una traducción del original francés de George Fronval (uno de los muchos seudónimos del prolífico Jacques Garnier), con unas asombrosas ilustraciones de Louis Murtin. Guardo en casa sus dos grandes volúmenes, ambos desencuadernados y sin lomo de tanto como los manejé. Hace un momento he acudido en el primero de ellos a un capítulo cuyo nombre no olvidaré jamás: “Los cazadores del Gran Norte” (página 34). Allí me he hecho un hueco entre los paquetes de pieles de marta de un trineo tirado por perros, he vuelto a negociar con las tribus y luego a rellenar con viruta el doble techo de mi tienda para aislarla mejor del frío.

¿Y eso por qué? Porque recién acabo de terminar de leer Indian Creek, de Pete Fromm, editado por Errata Naturae.

Narra Fromm en esta obra su personal peripecia de todo un invierno casi aislado en el arroyo Indian, en la frontera entre Idaho y Montana. Como nos explican desde Errata: “Un buen día le propusieron un trabajo en el Servicio Forestal: custodiar unos huevos de salmón en la zona de Indian Creek. A sesenta kilómetros de la carretera más cercana. Con temperaturas de hasta cuarenta grados bajo cero. En una tienda de campaña. Durante siete meses. Incorporación inmediata. Pete aceptó sin pensarlo. Pasó la siguiente semana de una fiesta de despedida a otra. Y entonces, sin haberse deshecho aún de la resaca, comenzó la aventura.Indian Creek es una auténtica obra de culto de la nature writing, inédita hasta la fecha en nuestra lengua.“

Ojo: que nadie espere esta vez el relato de una experiencia contemplativa, aderezada con reflexiones inspiradas en panorámicas o detalles naturales y la descripción minuciosa de procesos vivos reservados a quien sabe aguardarlos, bosques adentro, para enhebrarlos en ese tipo de versos o frases que te hacen corroer de envidia creativa.

No. Como apuntó en su día alguna reseña norteamericana, el lector sensible debe saber que este libro contiene escenas de furtivismo y consumo de animales salvajes, o una abierta celebración del consumo de alcohol en compañía de cazadores, entre otras cosas. También hay un perro amigo, mucho hielo, secuencias de duro aprendizaje en un medio hostil, motonieves, todo eso que se llama lirismo salvaje, alces, pumas, urogallos, raquetas para la nieve...

Lo que no hay son teléfonos móviles. Indian Creek se publicó originalmente en Estados Unidos en 1993 (ganó el Pacific Northwest Booksellers Literary Award), de modo que cuanto nos relata sucede justo antes de que el ejercicio continuado de la soledad se haya ido al traste en prácticamente cualquier lugar del planeta. Así es como el joven Fromm, en su tienda junto al arroyo Indian, pasa sus horas no pendiente de las llamadas de amigos o familia o de las redes sociales, sino aprendiendo a tirar con honda, preparar pieles o cocinar, leyendo algunos clásicos o paseando. Y no por eso el texto se hace tedioso, sino todo lo contrario. Hay largos pasajes que resultan verdaderamente trepidantes. Fromm nos cuenta en las primeras páginas cómo su inspiración desde niño habían sido las narraciones de aquellos Mountain Men que recorrían el Gran Norte en busca de pieles y aventuras (Jedemiah Johnson, Hugh Glass, Boone Caudill...). Al final, él se convierte en uno de ellos; a su manera moderna, aunque como digo ya no tanto.​

No, no me gusta nada que alguien levante un rifle y tumbe de un tiro a un animal. Pero a Fromm casi se lo he perdonado. No sólo por lo muy bien que escribe. También por reafirmarme aún más, si cabe, en mi rechazo personal a la caza llamada deportiva a través de una literatura, la venatoria, que no suelo frecuentar. Y por haberme devuelto, a esta edad mía de ahora, muchas de las sensaciones de aquel niño lector que fui. Y eso que me ha hablado de un tiempo a medio camino de entonces pero que ya tampoco existe, cuando el cambio climático no era todavía una evidencia tan tremenda como ahora, no había móviles ni portátiles, la fauna salvaje era aún abundante en aquel lugar y un chaval, para comprender en qué consistía vivir como los héroes de sus libros preferidos, aún podía largarse, aunque fuera unos meses, a convertirse en trampero.
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LETRAS SALVAJES: segunda edición de nuestra tertulia de libros y naturaleza en Moito Conto

10/12/2017

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Este es el cartel anunciador de nuestra tertulia de libros y naturaleza en la Librería Moito Conto de A Coruña. En esta segunda edición disfrutaremos hasta diciembre con la lectura de las obras de tres excelentes y muy diferentes escritoras. ¿Te apuntas?
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YO, HELÍACA, de Íñigo Javaloyes

7/10/2017

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​Nº de páginas: 200
Editorial: Languagecare
Encuadernación: blanda
Lo compré en: el stand de Quercus en el Delta Birding Festival de 2016
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Me leí "Yo, Helíaca", de Iñigo Javaloyes, de regreso del último Delta Birding Festival a Galicia. La había comprado en el stand de la revista Quercus. De otro modo acaso no habría llegado a mis manos, pues está editada por su propio autor, lo que no facilita su distribución, si bien siempre está disponible aquí. 

Una de las ventajas de acudir a eventos como el Delta Birding Festival es que, mientras charlas con los amigos, aparece ante ti un libro que se empeña en que te lo lleves... Y acaba, en este caso, por hacerte volar por las sierras de entre Madrid y Cáceres, acompañando en sus peripecias nada menos que a un águila imperial. Lo terminé antes de llegar a casa. Sí, soy de los que leen sin problema en el asiento de atrás del coche.

Ante mis ojos ha pasado muchísima literatura de naturaleza. Algunos textos considerados clásicos se me han atragantado. Otros, apenas conocidos, han consolidado aún más mi querencia por este género. "Yo, Helíaca" fue de estos últimos. Hoy, pasados varios meses tras aquella lectura sobre ruedas, muchas de sus escenas permanecen en mi retina, de tan bien descritas como me resultaron; me refiero a la textura casi física de esos párrafos que tan bien recrean los ambientes de arbusto bajo, encinares, cielos infinitos y horizontes pardos por los que se desarrolla la vida, descrita en primera persona, del águila imperial protagonista.

Podría describirse la narración como una novela iniciática; o como una fábula a la vez violenta y lírica sobre la supervivencia; también como un alegato por lo salvaje frente al veneno, la caza furtiva o las torres de alta tensión...; o como una exploración de la soledad; o como la alegoría de todas las intemperies... O sencillamente como un vuelo que te hace volar, que es de lo que se trata cuando alzas la mirada y pasa un ave sobre ti justo en la dirección que necesitabas, como escribió Raymond Carver.

Esta vez ese ave pasaba de página en página. Como bajo un cielo blanco y sobre dehesas de árboles extrañamente parecidos a palabras.
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LA VIDA DEL PASTOR, de James Rebanks

6/29/2017

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Nº de páginas: 272 págs.
Editorial: DEBATE
Encuadernación: Tapa dura
​Lo obtuve en: el quiosco de un aeropuerto
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​No es este para mí exactamente un libro de Literatura de Naturaleza, sino de lo rural. En esencia, consiste en la reivindicación autobiográfica y orgullosa de una cultura que estuvo a punto de diluirse, mezclada con apuntes etnográficos (a veces algo prolijos) y presentada con un tono sobrio, pero no árido.

En sus primeros compases me conmovió la descripción del dilema de la juventud setentera-ochentera del autor, tan parecida a la de miles de niños y niñas del rural gallego obligados a decidir entre su identidad de aldea y la imposición sociocultural a huir de ella. Me recordó así de manera inevitable a John Berger cuando trata el desarraigo del campo. Sólo que Rebanks lo hace desde dentro, y sin haberse ido: él ha optado por mantener el oficio de su estirpe. Su actitud me resulta muy atractiva: algo así como "hice bien en quedarme aquí. Ahora soy uno de los custodios de cuanto describo, un mundo que además estará siempre en riesgo frente al modelo urbano-tecnológico que se ha impuesto".

Destaco además las páginas dedicadas a contrastar la apropiación sensorial y emocional de la campiña escocesa por parte de excursionistas y turistas con la propiedad de esos mismos paisajes transferida durante generaciones de padres a hijos pastores. 
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RUISEÑORES DE INGLATERRA, una selección de poemas a cargo de José María Álvarez

6/26/2017

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Editorial: SEXTO PISO
Traductor: José María Álvarez
​Número de páginas: 191
Encuadernación: tapa blanda.
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Romeo y Julieta discutieron de ornitología un amanecer. Lo que escuchaban, ¿era una alondra o un ruiseñor? Merece la pena acudir a la página 43 de este libro para extraer tu propia conclusión, y dar así la razón a una u otro.

Debemos a José María Álvarez, antólogo y traductor de esta colección de poemas, estupendas traducciones anteriores de Stevenson, Eliot, Cavafis, Villon, London, Shakespeare, Maiakovski... Autores en cuyas páginas suenan, con mayor o menor frecuencia, voces honestas de aves. Digo que honestas porque quienes las convirtieron en versos sí las habían escuchado antes en sus paseos. Es decir, que al recrearlas no las tocaban de oídas, pues de sobra sabían que esas melodías, de tan salvajes, no admiten otra representación que la que pasa antes por la experiencia. 

Algunos ejemplos de lo que sucede cuando no es así los tenemos en este volumen. Y es que unos pocos de los ruiseñores que en él cantan tienen mucho más que ver con la Filomela de las Metamorfosis de Ovidio que con el pájaro que hace vibrar las noches de mayo y junio. Y no es que eso esté mal. En absoluto. Sólo que esos pájaros no son Luscinia megarhynchos, sino otra cosa. 

Así es como el pajarero letraherido acaba por atravesar esta selección jugando a descifrar si sus diferentes autores (comenzando por Chaucer y terminando por Dylan Thomas e inevitablemente Ezra Pound) se detuvieron a escuchar a los ruiseñores antes de escribir sobre ellos, o acaso ni valoraron la pertinencia de semejante ejercicio. Lo cual termina por ser bastante divertido. Y en más de una ocasión, fascinante.

Por ejemplo, cuando Coleridge te recuerda que

Stirring the air with such a harmony,
That should you close your eyes, you might almost

Forget it was not day!

Porque eso es exactamente lo que sucede cuando de noche te sientas a escucharlos con los ojos cerrados, para intentar que nada sino su canto te alcance (quien no lo haya hecho no sabe lo que se pierde). Pero es que entonces llega Keats, y su Oda a un ruiseñor, y tras una primera lectura te urge ir a por una copa de vino, como el poeta en la segunda y tercera estrofas, para brindar por esta noche suave...


...tender is the night, 
And haply the Queen-Moon is on her throne, 

Cluster’d around by all her starry Fays;

...mientras relees una y otra vez el poema. Y acabas, como el propio Keats, convencido de que (aquí ya sí que apunto la traducción de Álvarez; página 127):

La voz del ruiseñor 
Nunca es en vano. Afirma
Lo divino, inefable, verdadero.


¿Qué otra opción cabe entonces más que llenar de nuevo tu copa? Y ¡chin-chin!, brindar con un rayo de luna.

Vidrio en mano, continúas tu excursión por entre el arbolado nocturno, hasta que llegas a un tronco en el que Christina Rossetti ha prendido un mensaje por ejemplo para ti. Lo coges, lo lees (página 159) y vuelves a dejarlo en su sitio, porque

Tiene los mismos acentos que cuando era joven esta vieja tierra:
Como si el eco devolviese aquella canción que escuchara
El alba del mundo.


Y eso impone. Más aún cuando sólo unos pasos después escuchas a Walter de la Mare (página 169) añadir que

Nuestros sueños son relatos
Contados en el remoto edén
Por los ruiseñores de Eva.


Pero poco falta ya para que se acabe el libro. Y Ezra Pound te recuerda que tu copa está de nuevo vacía (página 179):

Un ruiseñor
Tan lejano que ya no se oía.


El viejo Ezra, malditas sean sus sombras. Le propones toma la penul juntos. ¡Chin-chin! Allá os vais, hablando ahora de otras cosas: primero de haikus, después de cómo en las alambradas ante su jaula humana en el American Disciplinary Training Center de Pisa se posaban a cantar otros pájaros, y al escucharlos él evocaba Le chant des oiseaux , de Clément Janequin, y así compuso su Canto LXXV, acompañado por la partitura escrita por su amigo Gerhart Münch:
Y todo eso porque cuatrocientos años antes había compuesto Jaquenin esta coral:
Su traducción, AQUÍ.
Yo me quedo con esta parte de la estrofa dedicada al ruiseñor (¿a que Janequin sí que sabía escuchar?):

frian, frian, frian, frian tar tar tar tar tar tar tu, velecy velecy ticun, ticun, ticun, ticun tutu tutu tutu tutu coqui, coqui, coqui, coqui quilara, quilara, quirala, fereli, fy oy li oy ti oy li oi ti trr huit, huit. huit. huit teo teo teo teo teo teo teo teo Fouquet, Fouquet fiti, fiti, frr, frr
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"Libros de natureza para o verán": o meu artigo de fin de curso en la Voz de la Escuela

6/26/2017

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Para leer o artigo completo, ESTA É A LIGAZÓN.
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LA ESPAÑA VACÍA, de Sergio del Molino

6/21/2017

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Editorial: TURNER
Nº de páginas: 296 págs.
Encuadernación: Tapa blanda
Compré mi ejemplar en la librería Moito Conto de A Coruña
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​Releo estos días "La España vacía" de Sergio del Molino para la tertulia de literatura y naturaleza LETRAS SALVAJES en la librería MOITO CONTO de A Coruña.

Subrayo sus párrafos y anoto en sus márgenes como un agrimensor puntilloso en su cuaderno de campo, y es como si lo hiciera en un pedazo del mapa de mi identidad, porque no dejo de representarme, en la transparencia de sus páginas, unos muros de adobe abiertos al cielo en el brevísimo lugar de La Tabla, cerca de Villafáfila (Zamora), donde vivió por un tiempo mi madre de niña y no vive ya nadie. Al otro lado de la carretera estrecha, una estación abandonada hace mucho que dejó de ver pasar trenes.

​Canta aire arriba una alondra. Calculo su altura y transcribo su dialecto, tan de tierra adentro.

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LA PRESA DE HOY, de Dave Langlois

6/13/2017

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La presa de hoy - Dave Langlois
Tundra Ediciones, 2016. 220 páginas
Precio: 16,50 €
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Me flipan los westerns. “Grupo Salvaje”, de Peckinpah, es una de mis películas favoritas. Me sobrecoge Ethan (Wayne) en “Centauros del desierto”, de Ford, cada vez que la vuelvo a ver. Frank Gruber, popular autor de novelas de este género, lo dividió en 7 categorías. Una de ellas es “Revenge Story” (relato de venganza). Otra, “Marshall Story” (relato de sheriff). 

“La presa de hoy”, estupenda novela de Dave Langlois que ha publicado Tundra Ediciones, cumple con todas mis expectativas para ambas. Y para lo que un aficionado como yo exige a una ficción con vocación de hacerte vibrar con la tensión 
creciente de su trama. O lo que es lo mismo, con la forma en que las decisiones de sus protagonistas te obligan a compartir sus dilemas al no dejarte más salida que ponerte en su piel, de tan bien trazados que están. 

Enhorabuena Dave por este texto, que además nos resulta muy próximo a quienes padecemos casi en carne propia, como tu protagonista, el acoso a la naturaleza salvaje y a las personas de bien que intentan defenderla frente a tantos malvados (tal cual) y aprovechados, apoyados en no pocos ignorantes, cínicos y débiles. ¿Por qué responde como lo hace? ¿Debería actuar antes? ¿Podría haberlo hecho sin dejarse por el camino algo de sí que luego echar de menos el resto de su vida? Y sin embargo, ¿ha sido así, a pesar de todo, echará de menos algo de sí mismo mientras siga vivo? Pero, ¿puede ser juzgado por su decisión? ¿Por quién? “Hay cosas que un hombre tiene que probarse a sí mismo, no a los demás” (“Horizontes de grandeza”, de Wyler).

En un western clásico el resorte de la acción sería por ejemplo el empeño de un terrateniente en hacerse con la propiedad de un pequeño granjero (“Raíces profundas”, de William Wyler). En el caso de “La presa de hoy” lo que en origen está en juego no es un patrimonio particular, sino de todos: esa biodiversidad mediterránea que Langlois describe con tanto cariño, conocimiento y musicalidad. Musicalidad por lo bien compuesto (feliz sorpresa) que está cada párrafo, y por la cantidad de referencias a las voces de lo natural que te encuentras. También, por cierto, por esas composiciones de Bach o Messiaen que atraviesan el texto, capaces de reconciliarte con cuanto de bueno tiene el mundo, incluso ante lo peor (tal cual; también) de él. En “La presa de hoy” ocupan el lugar de Max Steiner. ¡Una banda sonora de altura!

El mal existe. Los mejores westerns son tragedias. La sangre a veces no es roja: "Cuando matas a alguien no sólo le quitas todo lo que tiene, sino también lo que podría llegar a tener”, dice William Munny (Clint, ya sabéis) en “Sin Perdón”. Y viceversa, añade Langlois. Las tragedias no se juzgan. Sólo se padecen. Cuando las padeces como lector, es que el libro ha merecido la pena. Cuando terminan, tú sigues vivo, en tu casa, con los tuyos. Pero no te olvidas de aquello que escribió Jonathan Swift: “La vida es una tragedia a la que asistimos como espectadores durante un rato, y luego desempeñamos nuestro papel en ella”. ¿Es eso cierto? Leed “La presa de hoy”, y luego me decís.



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La asombrosa historia de la acuarela de un agateador

6/12/2017

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Creada en 1899, su autor, el ornitólogo británico Edward Adrian Wilson, se la llevó consigo en su expedición a la Antártida junto a Scott en 1910-1912. Una expedición de final fatal, como bien es conocido. Uno de los fallecidos fue precisamente Wilson. Pues bien, en septiembre de 2016 esta ilustración fue encontrada entre los restos de una de las cabañas que utilizó su grupo en Cape Adare. Su descubridor describe así el momento del hallazgo: "I opened it and there was this gorgeous painting ... I got such a fright that I jumped and shut the portfolio again. I then took the painting out and couldn’t stop looking at it – the colours, the vibrancy, it is such a beautiful piece of work. I couldn’t believe it was there.”
La noticia, en The Guardian:

https://www.theguardian.com/…/antarctic-explorers-118-year-…

Para mí que este agateador es común (Certhia brachydactyla), y no un norteño ¿no os parece? De ser así, igual Wilson la hizo durante su estancia en Suiza, donde acudió ese año a curarse de una tuberculosis... Merece la pena echar una ojeada a su biografía, aquí:

http://www.edwardawilson.com/

Existen varios libros con la obra de Wilson, todos ellos publicados en reino Unido. Estos son algunos de ellos.
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EL BOSQUE INFINITO, de Annie Proulx

6/12/2017

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El bosque infinito - Annie Proulx
Traducción: Carlos Milla Soler.
Tusquets. Barcelona, 2016. 858 páginas.
Precio: 23'90€, Ebook: 12'99€
Compré mi ejemplar en la librería El Alcaraván, de Urueña (Valladolid)
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​Esta novela extraordinaria también podría haberse llamado “La avaricia infinita”. Su tema central es la destrucción de los grandes bosques antiguos de Norteamérica (y del mundo, por extensión) a manos de la avaricia mercantil. En consecuencia, también la extinción, a sangre y fuego, de las culturas humanas que hasta hace doscientos años todavía vivían en esos bosques. Describe en paralelo una construcción: la del capitalismo. En este caso, representado por la historia de una industria maderera familiar, desde los primeros pasos de su fundador, el francés Charles Duquet, a principios del S. XVIII, hasta hoy. La otra familia protagonista son los descendientes de René Sel, indios Mi'kmaq de Nueva Escocia. Los destinos de ambos clanes se verán entrelazados a lo largo de esos tres siglos en escenarios a uno y otro lado de la frontera de Canadá y Estados Unidos, pero también tan distantes de allí como China, Europa o Nueva Zelanda.

Son ochocientas páginas que se leen de manera adictiva. Quizá sea así porque fueron escritas a lo largo de 10 años. Se aprecia cómo cada párrafo, cada diálogo, cada descripción, han sido no ya medidos, sino perfectamente encajados unos en otros para entregar a quien los lea una obra sólida en la que abundan las aventuras trufadas de traiciones y lealtades, miserias y opulencias, reveses imprevistos y destinos inevitables; etcétera. Muy entretenida. Como personajes, mis preferidos son Kuntaw, Jinot, Lavinia Duke y Charles Duquet.

Digo que esta novela de Annie Proulx podría haberse llamado “La avaricia infinita” porque de la misma manera que al comienzo de su destrucción, y hasta hace muy pocas décadas, se tuvo los grandes bosques antiguos del norte de América por interminables (su madera nunca se iba a acabar), así se concibe también a sí mismo el capitalismo más feroz: como infinito. Su avaricia de recursos naturales de todo tipo (pesca, minerales, agua...; todos) se ha sostenido y sostiene en esa pretendida doble infinitud: ni el recurso ni ese dogma extremo se van a terminar nunca. De ahí la insistencia de sus voceros y ejecutores en negar o poner en duda los problemas medioambientales del planeta, a escala tanto local como global; y en combatir a quienes los evidencian.

En este sentido habrá quien perciba e incluso denuncie en esta novela un tono didactista, incluso maniqueo. Mi impresión es justo la contraria: Proulx ha evitado de manera magistral el panfleto ecologista para describir de manera convincente el tipo de ideas y hechos que nos han conducido a la situación actual. Una situación que por otro lado se delata por sí sola: para volver a pasear por uno de aquellos aquellos grandes bosques antiguos habrá que aguardar miles de años. Siempre y cuando, claro está, iniciemos hoy mismo su recuperación.

Por el momento, mientras escribo esta reseña se sigue despedazando en Polonia el bosque de Bialowieza, una de las últimas grandes masas boscosas vírgenes de Europa. Su hermosura, su biodiversidad, su condición de atractivo turístico o de Patrimonio de la Humanidad, no han sido suficientes para evitar que el gobierno de ese país apruebe la extracción anual de hasta 188.000 metros cúbicos de madera.

​
El planeta no es un árbol que aguarda su turno de corta para acabar convertido en tablones en una serrería. Por eso la serrería no puede determinar lo que hagamos con el planeta. Por eso, también, son tan necesarias las obras literarias como esta. Una novela además de las grandes, de las que quedan para siempre guardadas en la memoria lectora, repleta de sabios y amenos recovecos argumentales, documentada de manera asombrosa, escrita con sinceridad inexorable.
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