Si uno de los pollos de cigüeñas de hoy llega a vivir tanto como el ejemplar de su especie más longevo que se conoce, alcanzará los 39 años en 2053. Para entonces habrá ido y venido desde África 78 veces.
El insoportable mensaje de la ultraderecha ha ganado en Francia, Dinamarca y Austria. Espero que en 2053 este triunfo de la xenofobia se recuerde como un pasajero regüeldo ácido, y nada más. Pero hoy es un inevitable motivo de preocupación y tristeza para quienes como yo creemos en valores sociales muy diferentes a los de esa gente, más aún si además somos padres.
Las cigüeñas que hemos visto anillar esta mañana, ¿son africanas o europeas? Este es el tipo de disyuntivas tramposas que vamos a tener que combatir con mayor frecuencia, y contra unos adversarios cada vez más poderosos, que no creen en el intercambio dialogado de opiniones e ideas diferentes como vía para la resolución de nuestros conflictos comunes.
Pronto aparecerán además quienes, inspirados por los resultados de esas fuerzas, amoldarán parte de sus siempre maleables palabras a proclamas muy odiosas de escuchar. Aunque sólo sea para apoyarse en ellas, aun expresando su rechazo, con objeto de evitar tratar a fondo los grandes retos socioeconómicos y medioambientales que tiene ante sí Europa de aquí a, pongamos, los próximos 39 años.
Quizás para entonces el cambio climático, si su acelerada carrera no es interrumpida como debiera, provoque que ninguna de estas cigüeñas, si siguen vivas, se marchen a África en otoño. De ser así, el surgimiento de una población de estas aves exclusivamente europea bien podría ser considerado como un logro por algunos. Los negacionistas del cambio climático, quienes prefieren tratar este problema como una preocupación menor, y los interesados en sacar provecho de sus consecuencias, suelen viajar juntos hacia el futuro. E incluso compartir maletas.
¿Seguirá para entonces existiendo Europa, tal y como la percibimos hoy? Aunque claro, ¿cómo demonios se concibe hoy a sí misma Europa? Quizás, gracias al éxito de quienes no creen en ella, estas cigüeñas asistan a su desaparición, y la sobrevivan.
O quizás, también, quienes creen en ella como la mejor fórmula de convivencia entre países jamás creada, a pesar de sus muchos errores, hayan logrado reforzarla como herramienta democratizadora de este lado del Paleártico, evitando el abuso de sus instituciones por parte de los poderosos y los ignorantes. Ojalá que así suceda, y que para entonces las cigüeñas sigan volando entre la Terra Chá y África, y mi niño lleve al suyo (¡y a sus abuelos!) a ver cómo los herederos de la tradición de Numenius y Píllara siguen marcando nuevos pollos de estas aves; y después a votar, aunque sea, como yo hoy, lleno de incertidumbres a la hora de escoger una papeleta, pero convencido todavía de que algo importante depende de su decisión.