Agradezco mucho esta invitación, pues una excelente oportunidad para llevar ante los participantes (hay en torno a 100 personas apuntadas) uno de los mensajes con los que llevo dando la lata por todas partes desde hace tiempo: la necesidad urgente de llevar a los niños y niñas a la naturaleza. De facilitarles encuentros personales con los paisajes, la flora y los animales. De que aprendan por sí mismos a experimentar lo vivo, las luces naturales, el tacto de la brisa, los sonidos de bosques y ríos, la sorpresa de una salamandra escondida bajo una piedra, la emoción de trepar a la rama de un árbol.
Estas y tantas otras experiencias contribuyen de forma funddamental a su óptimo desarrollo físico, intelectual y emocional: así lo vienen demostrando cada vez más psicólogos infantiles y juveniles, a través tal cantidad de investigaciones y artículos que la revista Scientific American ya los describe como "Acres of evidence".
Además, les facilitan de forma no menos importante el conocimiento personal de los ciclos de la vida. Y comienzan así a capacitarles para lo que deberán ser de adultos: adiministradores y a la vez cuidadores, entre todos (sea cual sea su ocupación profesional, pues esta es una tarea de la sociedad en su conjunto), de los recursos vivos del planeta. Es decir, de un patrimonio común que a su vez deberán legar a sus niños y nietos.